Caída en combate

No, nada de israelíes, palestinos y otra gente(-uza). Para eso ya estuvo la entrada anterior. Esto ha sido mucho más grave. Infinitamente más. Y los medios de comunicación ni se han enterado; ni falta que hace. Ha caído mi SNES (Super Nintendo para los amigos).

¿Cómo fue? Ni idea, estas cosas pasan y es mejor no preguntar ni cómo ni por qué ni cualquier otra frase que se nos venga a la cabeza. El caso es que ayer, queriendo enseñarle a mi padre el Terranigma, juego demasiado bueno como para permitir que un sólo familiar, amigo o conocido amante de los videojuegos no lo haya jugado, no podía meterme en la caja de Yomi (un artefacto del juego). Al final la causa, terrible por otra parte, resultó clara: el botón Select no funcionaba.

No pasa nada. Aún queda el otro mando, ¿verdad? Pues no. Porque a esta le pasaba algo mucho más divertido, dónde va a parar. No funcionaba el boton Start.

Así que ahí me quedé, compuesto y sin novia. A matar las penas volviendo a jugar al Zelda Twilight Princess y poco más, dado que estudiar a esas alturas estaba ya descartado. Un juego muy bueno, muy entretenido, pero que no le llega a Terranigma ni a la suela de los zapatos. Bueno, quizá a la de las rodillas, pero poco más.

Una pena, pero así son las cosas. Por el momento me niego a tirarla, porque uno siempre guarda la esperanza de que milagrosamente se reparen solas. La nostalgia influye, incluso a esta edad. Porque para mí la SNES ha sido la mejor consola de toda la historia y a un mito no se le puede echar de casa así a la ligera. Por mucho que ya no juegue a ellos, bien merecen conservarse en casa títulos como el primer Super Mario Bros. o el The Legend of Zelda. Y aquí me sucede lo mismo.